Al margen de otras cuestiones y de aconsejar o no su uso, aquí nos preguntamos sencillamente, ¿funcionan las pastillas para adelgazar?
Las pastillas para adelgazar son el sueño dorado del obeso que lleva muchos años de esfuerzos con resultados escasos: te tomas la pastilla, adelgazas, y problema solucionado. Pero de momento (y, previsiblemente, durante bastantes años), no es más que eso: un sueño. Que, en algunos casos, puede convertirse en pesadilla, si se recurre a píldoras no aprobadas por las autoridades sanitarias, o píldoras «milagro».
La obsesión por adelgazar de una parte importante de la población de los países desarrollados ha hecho que muchos quieran ganar dinero a su costa de forma fraudulenta. De ahí la proliferación de soluciones milagrosas al problema, tanto en forma de pastilla como de polvo, extractos, suplementos… Por más que prometan, si no están aprobadas por las autoridades sanitarias, tienes que rechazarlas sin dudar.
¿Qué podemos esperar de las píldoras adelgazantes aprobadas por las autoridades sanitarias?
Hay muchas píldoras máginas que han salido al mercado despertando ilusiones, pero todas menos una han tenido que ser retiradas. En todos los casos, se estimó por parte de dichas autoridades que los resultados no compensaban los riesgos asociados a su utilización.
La única que quedó en las farmacias fue el Orlistat, comercializado bajo los nombres de Alli o Xenical. Este medicamento impide la absorción por el intestino de parte de la grasa ingerida. Sin embargo, tiene algunos efectos secundarios indeseados y su utilización presenta ciertas molestias, sobre todo asociadas a las diarreas. Además, su efecto adelgazante no es, ni mucho menos, milagroso, ya que se reduce a eliminar unos pocos kilos, y eso mientras se mantenga el tratamiento; si se abandona, esos kilos se recuperan. Además resulta relativamente caro.
La Agencia Europea del Medicamento aprobó dos fármacos para luchar contra la obesidad. Sus nombres son Saxenda y Mysimba.
Estos medicamentos actúan sobre el sistema nervioso central reduciendo el apetito, ya que inciden sobre los complejos mecanismos que regulan el hambre y la saciedad. Ambos pueden producir ciertos efectos secundarios, como vómitos, diarreas, depresión o dolor de cabeza.
Estos riesgos implican que dichos medicamentos sean ser administrados bajo estricta prescripción médica. Y, también, obligan a restringir dicha prescripción a casos de obesidad (Índice de Masa Corporal mayor de 30) o sobrepeso con otras complicaciones, como diabetes o hipertensión. Antes de recurrir a ellos es necesario intentar la solución que recomiendan todos los expertos: un cambio en el estilo de vida que suponga comer menos y mejor y realizar ejercicio físico.
La opinión que estos medicamentos merecen a los expertos puede resumirse en una frase del doctor Gontrand López-Nava, del Hospital Universitario HM Sanchinarro: «No son una panacea, ni aportarán ninguna solución fácil ni de utilización generalizada». Hoy por hoy solo pueden ser considerados como una ayuda a la vieja fórmula, infalible siempre que se mantenga en el tiempo: dieta y ejercicio.